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Un folio, el miedo a quedarse en blanco

Un reto empieza por algo grande; pero a veces, hasta lo más pequeño se convierte en algo sobre dimensionado. Y cunde el pánico.

¿Y qué es eso que nos quita el sueño? Un folio blanco sobre la mesa. La conocida expresión “miedo al folio en blanco” parece ser la favorita de todo escritor, pero lo cierto es que no son solo ellos quienes ostentan el privilegio de usarla en su día a día: los demás creativos también la hemos adoptado, muy a nuestro pesar. 

Folio blanco o no, realmente no se debe a un problema que resida en las propias características del objeto en sí, sino que, más bien, es el efecto que surte en nosotros. ¿Por qué? El motivo es un tanto complejo, ya que hay varias condiciones intrínsecamente relacionadas que son difíciles de desglosar por separado e ir nombrando como una simple lista numerable de cosas y sus soluciones. Es algo más que eso.

 

Un folio, el miedo a quedarse en blanco

 

 

Empecemos con un concepto básico. Es obvio que cuando alguien tiene ante sí un folio, es que en su mente tiene la idea de querer proyectar algo; quiere crear. A toda persona en esa condición no se le puede llamar otra cosa que ser creativo. Por costumbre, tendemos a un asociar la idea de “persona creativa” al estereotipo del personaje particular que vive en las esferas más altas de la condición humana, tocado por el genio de la inspiración divina. 

Basta de perogrulladas: todo es mucho más terrenal que eso. Aunque el creativo puede ser el equivalente contemporáneo al genio de hace unos siglos, lo cierto es que cualquiera de nosotros es creativo. Nadie parece ser consciente de ello, pero el hecho de decidir en nuestro día a día, el hecho de tener problemas constantes y tener que darles una solución, nos convierte en creativos. Porque serlo no tiene que ser un atributo único al ámbito artístico; también el microbiólogo es creativo cuando a partir de sus conocimientos puede generar nuevas hipótesis que ayuden a encontrar una solución para erradicar una plaga; el matemático es creativo cuando genera su propia fórmula para dar solución a un problema no resuelto; incluso una simple contestación resolutiva en una conversación comprometida, es síndrome de esa pulsión por ser creativos.

 

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Por tanto, creatividad es pensar para generar soluciones; el motor de nuestra evolución como seres humanos. 

Pero entonces, ¿por qué últimamente se habla tanto de falta de creatividad si resulta que todos somos creativos? Volvemos al papel en blanco. Actualmente, parece que ese mal está alejándonos de esa predisposición natural a ser creativos para pasar a ser creativos potenciales. Esto quiere decir que la creatividad aún está ahí, pero no la estamos desarrollando lo suficiente.

¿El motivo? Todo se resume al miedo al error, gestado durante nuestros años académicos en la escuela. En ésta última, nos enseñan que solo hay dos modos de hacer las cosas: tal y como viene en el libro o tal y como dice el profesor. Cuando el profesor pregunta a un niño y obtiene una respuesta inesperada, le corrige porque es incorrecto (desde su punto de vista, claro, que es el de la sociedad). En este sentido, nos amoldamos a patrones construidos, adoptando así un pensamiento convergente que anula por completo cualquier atisbo de pensamiento divergente, alimentando este mundo determinista que nos envuelve y oprime. Aprendemos que solo existe un modo de hacer las cosas y mil erróneos, por lo que optamos por elegir la solución que no suponga riesgos, perdiendo la capacidad para generar ideas propias.

Una vez adultos, pensamos tenerlo todo controlado gracias a esas magistrales lecciones. Pero cuando las cosas se complican y aparece un folio blanco, tan blanco que no cuenta nada ni te da instrucciones de como usar correctamente, comenzamos a sudar.

Si bien todas las ramas de conocimiento contienen esa creatividad potencial de la que hablamos, hay una que supera a todas: la infravalorada rama artística. Sobrevive más que vive, gracias a aquellos quienes la consideran una pérdida de tiempo y no una herramienta imprescindible para generar ideas o, lo que es lo mismo, imaginar ideas. La educación artística ayuda a plantear problemas de una forma mucho más inmediata y universal que las palabras y sin embargo, se está contagiando de esquemas prefabricadas cuyo objetivo es enseñarte a cómo dibujar bien.  

La educación artística debería funcionar de forma totalmente diferente a otras asignaturas y, a su vez, estar contenida en todas ellas, como un forma de aprendizaje y conocimiento más. Por ejemplo, si en matemáticas un niño no es capaz de vislumbrar una suma, tal vez dibujando el enunciado del problema le ayude a encontrar una solución. La educación artística actual tiene que proporcionar ideas, no sólo genios del dibujo; así podremos erradicar ese mal generalizado que nos limita a mirar el papel en blanco desde la distancia.